viernes, 26 de septiembre de 2014

De Ciencias y Letras.



Para el neófito o no iniciado, resulta casi un mito proverbial la verborrea empleada en el ámbito científico de la pedagogía, con cientos de conceptos para hacer referencia a realidades obvias o muy simples, o para diferenciar matices prácticamente imperceptibles, y lo que es aún peor con definiciones de un mismo término que varían de un autor a otro, si un científico de otro campo se atreviera a interesarse someramente por la literatura científico-pedagógica, probablemente saldría huyendo despavorido. 

Si bien este no es un mal exclusivo de la pedagogía, son otras muchas las “ciencias humanas” que lo comparten en una obsesión pueril que consiste precisamente en eso, en querer ser o imitar el funcionamiento de las que tradicionalmente todo el mundo ha calificado como “ciencias” tales como las matemáticas, la física, la química, la biología o la medicina, tal como si existiera (y entre muchos existe) un cierto complejo de inferioridad con respecto a esas otras ramas del saber, sus propósitos y sus métodos, y sobre todo la envidia que genera ese “aura de reconocimiento social” en todos los medios de comunicación y en todas las esferas, que hace que un padre infle los pulmones y asevere orgullosamente ante sus amigos que su hijo ha decidido estudiar química orgánica, mientras que otro agacha la cabeza, se encoge de hombros, y solo en un susurro avergonzado se atreve a decir… “pues el mío quiere hacer filología hispánica”, solo le haría falta que añadiera a su comentario: “¿En qué nos equivocamos? La culpa es de su madre…” 

Y es que en la actualidad afirmar que se es humanista o "ser de letras" que es como normalmente se dice, viene a ser algo así como "salir del armario", un verdadero acto de valentía ante una sociedad que no termina de "aceptarnos" y que nos ve como en el mejor de los casos como a "bichos raros" o como "discapacitados matemáticos", intelectuales o empollones de segunda de dudosa utilidad socioeconómica, una especie de "rémora" o "estorbo" para la sociedad, dando por hecho que tras largos años de ocupar un sitio en la universidad y de inversión por parte del Estado en nuestra formación (aunque esto último cada vez menos), nuestros estudios solo nos conducirán a un lugar: la cola del paro. Y en parte, por desgracia, llevan razón.

Lejos del ideal del sabio polifacético renacentista que auna todos los saberes del hombre como es el caso de Leonardo Da Vinci, la rivalidad entre las llamadas “ciencias” y las “letras” hunde sus raíces en el tiempo haciéndose patente en la época de la Revolución Industrial y de la Ilustración, cuando aparecen una serie de campos de conocimiento “científicos” capaces de dar respuestas unívocas y de desarrollar “técnicas” que se traducen en una producción industrial y por lo tanto “DINERO”. A partir de ese momento las Matemáticas se erigieron superiores a la Lingüística o a la Literatura, y la Química superior a la Historia, porque las primeras eran capaces de producir “riquezas materiales” y era posible vivir de haber estudiado “Matemáticas” o “Química” y mucho más difícil ganarse el pan si se había estudiado “Historia” o “Filosofía”, comenzó entonces a hablarse de “Ciencias” y de “Letras o Humanidades”. Las primeras eran los saberes llamados “útiles” mientras que los segundos comenzaron a ser vistos como una rama más del “Arte”, que servían más para “cultivar el alma, o el espíritu” o esa cosa tan abstracta a la que llamamos “Cultura” pero que servía bien poco para ganarse la vida y se alejaba del mundo material llamado a convertirse en la verdadera religión de la modernidad.

Si las llamadas Humanidades no querían quedar relegadas a ser convertidas en un mero pasatiempo de aristócratas y burgueses adinerados debían apresurarse y no perder el tren de las “Ciencias Exactas” e imitar en todo su vocabulario, su metodología y su imagen. Así es que se comenzó a hablar de “Ciencias Humanas” y de repente todos los saberes humanos eran científicos, como si acaso la poesía también debiera ser una ciencia para ser considerada importante. Como si acaso el ser humano fuera una máquina absolutamente racional y exacta cuya conducta se moviera bajo las mismas reglas de ceros y unos que usan los ordenadores.

Nada tienen que envidiar las letras a las ciencias, ni tampoco deben necesariamente imitar de forma a veces esquizofrénica su lenguaje ni sus modos, pues ciencias y letras responden necesariamente a partes o incluso hemisferios cerebrales del ser humano distintos, y la una sirve a la otra como se sirven ambas piernas para caminar. Gracias a las ciencias tenemos teléfonos móviles, pero escribimos mensajes en ellos usando palabras, enviamos poesías, o pequeñas frases filosóficas y leemos libros de amor, de intriga o de fantasía sobre pantallas digitales. ¿Para qué querría nadie una tableta digital o un móvil si no existieran las humanidades ni las artes? Sería un continente sin contenido, o lo que es lo mismo, un absurdo absoluto.

Pero la relación de poder y discriminación entre “Ciencias” y “Letras” persiste, alimentada además por legiones de docentes y de orientadores en los centros educativos debido todo ello a las paupérrimas salidas laborales que tienen esas “Ciencias Humanas” que carecen de sentido cuando lo único que parece dar sentido a la vida es lograr un puesto de trabajo con el que ganarse el pan en un mundo en el que por perder cada vez más peso las Humanidades parecemos cada vez menos humanos.

Las empresas privadas deben darse cuenta del valor que las Humanidades pueden aportarle en creatividad y en desarrollo de contenidos, que investigar no solo consiste en conseguir procesos de producción más rápidos y eficientes, sino en conseguir productos que satisfagan las necesidades de las personas. Personas capaces de tratar con personas y no solo con máquinas, de tener capacidad de síntesis y perspectiva histórica viendo qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal, de tejer una “historia” y un “relato coherente” de esa misma empresa que se traduzca en aprendizajes que la mejoren. Las humanidades pueden aportar profesores que enseñen a los trabajadores a mejorar su productividad, con planes de innovación, con procesos de evaluación, con adaptaciones, reagrupamientos y cambios espaciales y temporales, enfocando las habilidades y posibilidades de cada uno hacia un mejor desempeño profesional y productivo. Porque las empresas no pueden tener “filosofías” sin filósofos, ni “formación” sin formadores, porque no se puede vivir solo de números, y hay que alimentarse también de letras.

Por otro lado en el caso del sector público el apoyo a las humanidades debería ser una verdadera obligación legal y moral, pues es el Estado quien debe velar por la transmisión de la Historia, fomentar la literatura, y las artes, en definitiva, por el desarrollo de la Cultura que es la marca y la carta de presentación de un país, es el Estado quien debe crear y fomentar el desarrollo de puestos de trabajo dirigidos a especialistas de las llamadas Humanidades, pues no nos engañemos, no habrá “Dignificación” ni lavado de imagen de las Humanidades en la sociedad hasta que no haya empleos y salarios dignos para los incautos que deciden aventurarse por los tortuosos caminos de las letras.

Solo así las Humanidades podrían superar su tradicional complejo de inferioridad y dejar de tratar de imitar de forma un tanto ridícula procesos y terminologías que no hacen más que embrollar y dificultar la comprensión de aquello que es simple. Y comenzar a utilizar un lenguaje sencillo, auténtico, más propio de las Humanidades, un lenguaje literario, poético, metafórico que tenga más sentido, más coherencia, y sobre todo más contenido.

1 comentario:

  1. ¡Cuànta razòn tienes, hijo de Asgard!
    Como decìan Golpes Bajos, son malos tiempos para la Lìrica.
    ¿Rewert-irà la tendencia en el medio plazo? Pensemos que las letras son peligrosas, pues dan al ser humano perspectiva global de los fenòmenos, ademàs no conozco ninguna revoluciòn que se haya iniciado sobre las bases orgànicas como protesta, si no sobre Ideas hijas de Libertad, Igualdad y Fraternidad, difìciles al punto de sistematizar en un eje cartesiano.
    Por tanto al poder y sus estructuras (escuelas incluidas) no interesan una legiòn de ciudadanos crìticos y librepensantes, no sea que les den por mover sus poltronas y reivindicarse.
    Saludos, divinos.

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