Bien
es sabido que el de los docentes es uno de los colectivos profesionales entre
los que más prolifera el nacionalismo. Cabría preguntarse por qué en aquellas
autonomías que poseen una lengua propia diferente al castellano (Cataluña, País
Vasco, Galicia, Comunidad Valenciana, Baleares, Navarra, e incluso Asturias),
aparece entre los docentes una obsesión reivindicativa de la lengua y de la
cultura local como un elemento que debe ser salvaguardado a toda costa,
impulsado y reivindicado hasta la nausea en pos de la supervivencia de una
identidad regional o (según algunos) nacional que se haya en grave peligro.
Lo que se haya en grave peligro es
su posición de privilegio a la hora de concurrir a los escasos puestos de
trabajo o número de plazas que cada cierto tiempo convoca la administración
autonómica. Promoviendo esta obsesión identitaria hasta convertirla en un requisito
para el acceso a la profesión docente en la autonomía en cuestión, se elimina
directamente la competencia de otros profesionales procedentes de otras
comunidades que pudieran rivalizar con los autóctonos al tiempo que mantienen
libre su acceso a las comunidades castellanoparlantes. Esto es la ley del
embudo: “lo ancho para mí y lo estrecho para ti”. Nadie puede ir a competir a
su casa pero ellos sí que pueden quitarte la plaza en la tuya en el nombre del
mantenimiento de las sacrosantas lenguas en falso peligro de extinción y de
unas identidades “nacionales” aún más importantes. Como siempre cuando retiras
la manta solo ves una cosa: interés económico.
El nacionalismo es a su vez un
monstruo que se retroalimenta de sí mismo hasta fagocitarse por completo. Si el
conocimiento de una lengua autonómica es un requisito indispensable para
acceder a los puestos de trabajo que ofrece la administración pública de esa
comunidad, se incrementará la demanda formativa de ese idioma, de manera que se
requerirá un mayor número de profesores de catalán, euskera, gallego o
asturiano según el caso, lo que se traduce en más puestos de trabajo, más
empleo público para los habitantes de dichas regiones bendecidas con una lengua
autóctona.
Para que ese sistema se perpetúe es
imprescindible que la sociedad tenga una conciencia clara de querer proteger,
mantener y perpetuar la lengua y la cultura autóctona, en un imaginario y
eterno peligro de extinción del que hay que salvaguardarla a toda costa
mediante cuantiosas subvenciones y desembolsos que vengan a potenciar la lengua
y la cultura propia y de paso a alimentar el estómago y los bolsillos de
cientos de asociaciones, instituciones, y colectivos que se alimentan de este
gran negocio de corte “ecologista” o “humanitario” consistente en salvar una
lengua o cultura que en absoluto están en peligro y que se mantenía con
absoluta normalidad y tolerancia con otras lenguas e identidades perfectamente
compatibles hasta que la obsesión nacionalista tras la que se ocultan oscuros
intereses económicos y laborales vino a cambiar el orden de las cosas.
En las escuelas y los institutos se
vende la imagen de una lengua y una cultura hermosa, única, idílica acosada y
perseguida hasta el exterminio por España y lo español como si los ciudadanos
de dichas regiones fueran ajenos a la cultura española en lugar de ser una
parte integrante de la misma sin la que España no podría ser entendida. Pues no
puede entenderse España sin el catalán, el gallego, el vasco o el andaluz, sin
los distintos folclores y formas de vida que la componen e integran.
En los alumnos, en los niños y los
jóvenes se generan unos sentimientos de hostilidad hacia lo español, de
extrañeza, de indiferencia o incluso de desprecio, se sienten como un cuerpo
extraño dentro de un cuerpo más grande con el que no se identifican. Castilla,
Andalucía, Extremadura, Cataluña, eran entendidas como el corazón, los
pulmones, el estómago o el cerebro de un cuerpo llamado España que ahora se
colapsa cuando el cáncer del nacionalismo la invade, cuando una parte de sí
misma siente que ya no pertenece más a ese cuerpo, que quiere separarse, que
quiere ser extirpada, sin darse cuenta que al hacerlo no solo matará a todo el
organismo sino que se destruirá a sí misma.
Un sentimiento que ha sido
alimentado, que ha arraigado en la sociedad no solo por la existencia de
partidos políticos o asociaciones culturales de ideologías extremistas, sino
sobre todo y de manera más silenciosa desde las aulas, casi sin hacer ruido, de
forma solapada y taimada hasta ir engendrando a un monstruo, hasta contaminar
las mentes y el espíritu de una sociedad adulta y madura que ya no se siente
española, ni conserva en perfecto equilibrio de sus tres identidades: regional,
nacional, y europea, pues se ha formado en oposición a una de ellas, porque
desde siempre le han dicho que lo español es malo, nocivo e invasivo, como si
acaso el corazón pudiera dañar al estómago, o el hígado pudiera quitarle
sustento al páncreas.
Una vez iniciado el proceso y
constituidos los mecanismos se genera una maquinaria perfecta que se
retroalimenta a sí misma. ¿Qué profesor valenciano se opondría a competir
únicamente con los docentes de su comunidad al tiempo que él mismo sí puede
competir en el reto del país? ¿Acaso no resulta extremadamente beneficioso
eliminar de un plumazo a cientos de miles de rivales potenciales? ¿Quién dentro
de esas comunidades querría poner en peligro semejante estatus de privilegio? Y
más aún cuando se escudan en que ese estatus se debe a la necesidad de
salvaguardar la lengua y la cultura autóctona.
En buena medida la mayor parte del
rechazo y de la clamorosa oposición que entre los docentes y sobre todo entre
los partidos nacionalistas despierta tan denostada LOMCE no responde más que al
temor de perder el “privilegio de la lengua propia” en unos sistemas educativos
autonómicos blindados por razón de lengua y que de aplicarse un modelo
educativo trilingüe en toda España en la que sean consideradas lenguas
vehiculares: castellano-lengua cooficial-inglés se vería en grave peligro y
permitiría el acceso de profesores venidos de otras regiones que no necesitan
usar ni conocer la lengua autonómica.
Ese
es el gran temor de los docentes de esas regiones y por supuesto de los
nacionalistas (que suelen ser los mismos), ver cómo su estatus de privilegio,
su blindaje se pone en peligro, y de ahí viene su oposición frontal y cerrada a
la LOMCE, considerándola un ataque brutal contra las identidades “nacionales”,
las lenguas y las culturas autonómicas. Por otro lado el PP ha sabido utilizar
hábilmente la carta del inglés para que de esa forma no sea tan evidente que
intenta reequilibrar el peso entre la lengua autonómica y el castellano, para
tratar de evitarse la lluvia de críticas desde el nacionalismo, aunque como
todos pueden ver no lo ha conseguido, y afirmaciones desafortunadas como las de
Wert en una especie de arrebato de sinceridad en el que afirmaba que es
necesario hispanizar a los alumnos catalanes no han ayudado mucho. Los alumnos
catalanes no necesitan ser hispanizados, son españoles de nacimiento, lo que
hay que detener es el adoctrinamiento nacionalista que padecen y que intenta
eliminar una parte de su identidad: la española.
La endogamia nunca ha sido buena y
las ventajas de un modelo educativo en el que el alumnado sea educado con
normalidad usando como vehiculares diversas lenguas es a todas luces positivo.
Pero lamentablemente en algunos casos el profesorado está más preocupado por su
bienestar económico-laboral que por el bien del alumnado, o bien es ya víctima
del duro adoctrinamiento nacionalista al que han sido sometidas las aulas
españolas en los últimos treinta años. Pues inmersión lingüística es igual a
adoctrinamiento nacionalista.
Lo más irrisorio son esos que
argumentan que los niños educados en la lengua autonómica obtienen los mismos o
mejores resultados en castellano que aquellos que lo son educados en
castellano. Utilizando esos mismos argumentos para aprender mejor inglés
nuestros alumnos deberían de dejar de viajar a Inglaterra para perfeccionar su
idioma, e ir por ejemplo a ¿Portugal? No existe en España una prueba unificada
de los niveles de castellano, esto es un mismo examen para todos los alumnos de
todas las autonomías y evaluado rigurosamente siguiendo unos mismos criterios y
patrones, de manera que no es posible comparar niveles de castellano entre
alumnos de unas autonomías y otras. Cabe además resaltar que hay numerosas
voces que afirman que los exámenes de castellano en Cataluña son poco menos que
irrisorios y que son evaluados con bastante laxitud. De todas formas ¿Quién se
va a creer la milonga de que se aprende más y mejor castellano con solo dos
horas a la semana que usando esa misma lengua como idioma de enseñanza en
materias tan importantes como la Historia, las Ciencias naturales o la
Geografía? La mera afirmación es un insulto a la inteligencia.
No me cabe duda de que los
catalanes, los vascos y los gallegos saben hablar castellano, pero hablar bien
un idioma no consiste solamente en saber decir “¿Dónde está el baño?” o “Esa
camiseta mola”. ¿Puede un alumno catalán realizar un comentario de texto
histórico con la misma soltura en castellano y catalán cuando solo ha estudiado
la terminología científica en esta última lengua? ¿Acaso pueden los alumnos
catalanes aprender en solo dos horas a la semana todo el lenguaje científico y
humanístico además de la carga lectiva de la propia materia de lengua
castellana que en el resto de España requiere de un mínimo de tres horas? La
respuesta es bastante clara: No. Pues a pesar de todo hay y habrá quienes
afirman que estudiar menos horas de castellano y más de catalán no afecta al
dominio del primero sino que incluso lo mejora. Cabría entonces el plantearse
ampliar el estudio del catalán a toda España para así mejorar los resultados en
castellano. El mundo al revés, todo sea con tal de eliminar a la competencia
que nos viene de fuera. Si no existieran las lenguas autonómicas, habría que
inventarlas…
A la LOMCE se le podrán criticar
muchas cosas: la intromisión de la religión en una sociedad que es laica en
lugar de una materia como Historia y Cultura de las Religiones que permite dar
al alumnado una visión global del hecho religioso y de su historia desde una
perspectiva amplia y aséptica, la pérdida creciente de influencia de materias
como el latín y el griego fundamentales para las Humanidades, el mantenimiento
de un bachillerato de dos años en lugar de tres como sucede en la mayoría de
países de Europa, la desaparición de la materia de Ciudadanía, el peligro de
extinción de la ética y la filosofía, etc.
Sin embargo, desde la izquierda
ninguno de esos argumentos es importante más que la eliminación del modelo
educativo basado en la “comprensividad” a todas luces obsoleto y fracasado en
las sucesivas leyes que lo desarrollaron: la LOGSE y la LOE que no mejoraron la
educación ni disminuyeron las tasas de fracaso y abandono escolar sino todo lo
contrario, devaluaron los niveles requeridos para obtener un título a la mera “asistencia
para aprobar” y mantuvieron los mismos niveles de fracaso que antaño.
El problema es que la izquierda
parte de una premisa errónea, vincula el fracaso escolar y el abandono a la
renta de las familias y trata de paliar desde la escuela ese desajuste para
conseguir una mayor igualdad social. La idea y la intención es buena, pero la
premisa es sencillamente FALSA. El fracaso escolar no está relacionado con el
nivel económico o de renta de una familia, sino con el nivel cultural y
educativo de la misma. Hay familias muy humildes y sin recursos cuyos hijos
obtienen notas excelentes y son estudiantes magníficos, y hay familias
acomodadas cuyos vástagos se niegan sistemáticamente a estudiar y no poseen la
más mínima cultura del esfuerzo.
Se han escrito ríos y ríos de tinta
sobre esto y no merece la pena incidir aquí más en ello, pues se desvía del
tema principal de este ensayo: la relación íntima entre el nacionalismo, los
intereses económicos y laborales del profesorado y el uso político y partidista
de las lenguas.
Las
naciones y los Estados no son entidades reales, son conceptos, ideas del imaginario
colectivo compartidas y sentidas por una sociedad que se transmiten de
generación en generación a través de la familia y sobre todo en las
instituciones educativas. Las naciones y los países se construyen en las
escuelas, pues allí es donde les enseñan los himnos, las banderas, los
símbolos, los valores, la historia y las fronteras. Las naciones pueden ser
inventadas, creadas o destruidas con la misma facilidad con la que se hace una
película, pues no son más que eso: “narraciones colectivas”, “interpretaciones
de los hechos históricos en uno u otro sentido”. No me cabe duda de que los
catalanes conseguirán su independencia si continúan construyéndola, porque la
realidad no es ajena a nosotros, la realidad es nuestra obra, el producto de
nuestros pensamientos y de nuestras acciones que cuando son colectivos tienen
una fuerza transformadora arrolladora para bien como es el caso de la
construcción europea o para mal como el de la Alemania nazi.
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