jueves, 1 de agosto de 2013

LOMCE, Nacionalismo y Docencia.




Bien es sabido que el de los docentes es uno de los colectivos profesionales entre los que más prolifera el nacionalismo. Cabría preguntarse por qué en aquellas autonomías que poseen una lengua propia diferente al castellano (Cataluña, País Vasco, Galicia, Comunidad Valenciana, Baleares, Navarra, e incluso Asturias), aparece entre los docentes una obsesión reivindicativa de la lengua y de la cultura local como un elemento que debe ser salvaguardado a toda costa, impulsado y reivindicado hasta la nausea en pos de la supervivencia de una identidad regional o (según algunos) nacional que se haya en grave peligro.

            Lo que se haya en grave peligro es su posición de privilegio a la hora de concurrir a los escasos puestos de trabajo o número de plazas que cada cierto tiempo convoca la administración autonómica. Promoviendo esta obsesión identitaria hasta convertirla en un requisito para el acceso a la profesión docente en la autonomía en cuestión, se elimina directamente la competencia de otros profesionales procedentes de otras comunidades que pudieran rivalizar con los autóctonos al tiempo que mantienen libre su acceso a las comunidades castellanoparlantes. Esto es la ley del embudo: “lo ancho para mí y lo estrecho para ti”. Nadie puede ir a competir a su casa pero ellos sí que pueden quitarte la plaza en la tuya en el nombre del mantenimiento de las sacrosantas lenguas en falso peligro de extinción y de unas identidades “nacionales” aún más importantes. Como siempre cuando retiras la manta solo ves una cosa: interés económico.

            El nacionalismo es a su vez un monstruo que se retroalimenta de sí mismo hasta fagocitarse por completo. Si el conocimiento de una lengua autonómica es un requisito indispensable para acceder a los puestos de trabajo que ofrece la administración pública de esa comunidad, se incrementará la demanda formativa de ese idioma, de manera que se requerirá un mayor número de profesores de catalán, euskera, gallego o asturiano según el caso, lo que se traduce en más puestos de trabajo, más empleo público para los habitantes de dichas regiones bendecidas con una lengua autóctona.

            Para que ese sistema se perpetúe es imprescindible que la sociedad tenga una conciencia clara de querer proteger, mantener y perpetuar la lengua y la cultura autóctona, en un imaginario y eterno peligro de extinción del que hay que salvaguardarla a toda costa mediante cuantiosas subvenciones y desembolsos que vengan a potenciar la lengua y la cultura propia y de paso a alimentar el estómago y los bolsillos de cientos de asociaciones, instituciones, y colectivos que se alimentan de este gran negocio de corte “ecologista” o “humanitario” consistente en salvar una lengua o cultura que en absoluto están en peligro y que se mantenía con absoluta normalidad y tolerancia con otras lenguas e identidades perfectamente compatibles hasta que la obsesión nacionalista tras la que se ocultan oscuros intereses económicos y laborales vino a cambiar el orden de las cosas.

            En las escuelas y los institutos se vende la imagen de una lengua y una cultura hermosa, única, idílica acosada y perseguida hasta el exterminio por España y lo español como si los ciudadanos de dichas regiones fueran ajenos a la cultura española en lugar de ser una parte integrante de la misma sin la que España no podría ser entendida. Pues no puede entenderse España sin el catalán, el gallego, el vasco o el andaluz, sin los distintos folclores y formas de vida que la componen e integran.

            En los alumnos, en los niños y los jóvenes se generan unos sentimientos de hostilidad hacia lo español, de extrañeza, de indiferencia o incluso de desprecio, se sienten como un cuerpo extraño dentro de un cuerpo más grande con el que no se identifican. Castilla, Andalucía, Extremadura, Cataluña, eran entendidas como el corazón, los pulmones, el estómago o el cerebro de un cuerpo llamado España que ahora se colapsa cuando el cáncer del nacionalismo la invade, cuando una parte de sí misma siente que ya no pertenece más a ese cuerpo, que quiere separarse, que quiere ser extirpada, sin darse cuenta que al hacerlo no solo matará a todo el organismo sino que se destruirá a sí misma.

            Un sentimiento que ha sido alimentado, que ha arraigado en la sociedad no solo por la existencia de partidos políticos o asociaciones culturales de ideologías extremistas, sino sobre todo y de manera más silenciosa desde las aulas, casi sin hacer ruido, de forma solapada y taimada hasta ir engendrando a un monstruo, hasta contaminar las mentes y el espíritu de una sociedad adulta y madura que ya no se siente española, ni conserva en perfecto equilibrio de sus tres identidades: regional, nacional, y europea, pues se ha formado en oposición a una de ellas, porque desde siempre le han dicho que lo español es malo, nocivo e invasivo, como si acaso el corazón pudiera dañar al estómago, o el hígado pudiera quitarle sustento al páncreas. 

            Una vez iniciado el proceso y constituidos los mecanismos se genera una maquinaria perfecta que se retroalimenta a sí misma. ¿Qué profesor valenciano se opondría a competir únicamente con los docentes de su comunidad al tiempo que él mismo sí puede competir en el reto del país? ¿Acaso no resulta extremadamente beneficioso eliminar de un plumazo a cientos de miles de rivales potenciales? ¿Quién dentro de esas comunidades querría poner en peligro semejante estatus de privilegio? Y más aún cuando se escudan en que ese estatus se debe a la necesidad de salvaguardar la lengua y la cultura autóctona.

            En buena medida la mayor parte del rechazo y de la clamorosa oposición que entre los docentes y sobre todo entre los partidos nacionalistas despierta tan denostada LOMCE no responde más que al temor de perder el “privilegio de la lengua propia” en unos sistemas educativos autonómicos blindados por razón de lengua y que de aplicarse un modelo educativo trilingüe en toda España en la que sean consideradas lenguas vehiculares: castellano-lengua cooficial-inglés se vería en grave peligro y permitiría el acceso de profesores venidos de otras regiones que no necesitan usar ni conocer la lengua autonómica.
Ese es el gran temor de los docentes de esas regiones y por supuesto de los nacionalistas (que suelen ser los mismos), ver cómo su estatus de privilegio, su blindaje se pone en peligro, y de ahí viene su oposición frontal y cerrada a la LOMCE, considerándola un ataque brutal contra las identidades “nacionales”, las lenguas y las culturas autonómicas. Por otro lado el PP ha sabido utilizar hábilmente la carta del inglés para que de esa forma no sea tan evidente que intenta reequilibrar el peso entre la lengua autonómica y el castellano, para tratar de evitarse la lluvia de críticas desde el nacionalismo, aunque como todos pueden ver no lo ha conseguido, y afirmaciones desafortunadas como las de Wert en una especie de arrebato de sinceridad en el que afirmaba que es necesario hispanizar a los alumnos catalanes no han ayudado mucho. Los alumnos catalanes no necesitan ser hispanizados, son españoles de nacimiento, lo que hay que detener es el adoctrinamiento nacionalista que padecen y que intenta eliminar una parte de su identidad: la española.

            La endogamia nunca ha sido buena y las ventajas de un modelo educativo en el que el alumnado sea educado con normalidad usando como vehiculares diversas lenguas es a todas luces positivo. Pero lamentablemente en algunos casos el profesorado está más preocupado por su bienestar económico-laboral que por el bien del alumnado, o bien es ya víctima del duro adoctrinamiento nacionalista al que han sido sometidas las aulas españolas en los últimos treinta años. Pues inmersión lingüística es igual a adoctrinamiento nacionalista. 

            Lo más irrisorio son esos que argumentan que los niños educados en la lengua autonómica obtienen los mismos o mejores resultados en castellano que aquellos que lo son educados en castellano. Utilizando esos mismos argumentos para aprender mejor inglés nuestros alumnos deberían de dejar de viajar a Inglaterra para perfeccionar su idioma, e ir por ejemplo a ¿Portugal? No existe en España una prueba unificada de los niveles de castellano, esto es un mismo examen para todos los alumnos de todas las autonomías y evaluado rigurosamente siguiendo unos mismos criterios y patrones, de manera que no es posible comparar niveles de castellano entre alumnos de unas autonomías y otras. Cabe además resaltar que hay numerosas voces que afirman que los exámenes de castellano en Cataluña son poco menos que irrisorios y que son evaluados con bastante laxitud. De todas formas ¿Quién se va a creer la milonga de que se aprende más y mejor castellano con solo dos horas a la semana que usando esa misma lengua como idioma de enseñanza en materias tan importantes como la Historia, las Ciencias naturales o la Geografía? La mera afirmación es un insulto a la inteligencia.

            No me cabe duda de que los catalanes, los vascos y los gallegos saben hablar castellano, pero hablar bien un idioma no consiste solamente en saber decir “¿Dónde está el baño?” o “Esa camiseta mola”. ¿Puede un alumno catalán realizar un comentario de texto histórico con la misma soltura en castellano y catalán cuando solo ha estudiado la terminología científica en esta última lengua? ¿Acaso pueden los alumnos catalanes aprender en solo dos horas a la semana todo el lenguaje científico y humanístico además de la carga lectiva de la propia materia de lengua castellana que en el resto de España requiere de un mínimo de tres horas? La respuesta es bastante clara: No. Pues a pesar de todo hay y habrá quienes afirman que estudiar menos horas de castellano y más de catalán no afecta al dominio del primero sino que incluso lo mejora. Cabría entonces el plantearse ampliar el estudio del catalán a toda España para así mejorar los resultados en castellano. El mundo al revés, todo sea con tal de eliminar a la competencia que nos viene de fuera. Si no existieran las lenguas autonómicas, habría que inventarlas…

            A la LOMCE se le podrán criticar muchas cosas: la intromisión de la religión en una sociedad que es laica en lugar de una materia como Historia y Cultura de las Religiones que permite dar al alumnado una visión global del hecho religioso y de su historia desde una perspectiva amplia y aséptica, la pérdida creciente de influencia de materias como el latín y el griego fundamentales para las Humanidades, el mantenimiento de un bachillerato de dos años en lugar de tres como sucede en la mayoría de países de Europa, la desaparición de la materia de Ciudadanía, el peligro de extinción de la ética y la filosofía, etc.

            Sin embargo, desde la izquierda ninguno de esos argumentos es importante más que la eliminación del modelo educativo basado en la “comprensividad” a todas luces obsoleto y fracasado en las sucesivas leyes que lo desarrollaron: la LOGSE y la LOE que no mejoraron la educación ni disminuyeron las tasas de fracaso y abandono escolar sino todo lo contrario, devaluaron los niveles requeridos para obtener un título a la mera “asistencia para aprobar” y mantuvieron los mismos niveles de fracaso que antaño.

            El problema es que la izquierda parte de una premisa errónea, vincula el fracaso escolar y el abandono a la renta de las familias y trata de paliar desde la escuela ese desajuste para conseguir una mayor igualdad social. La idea y la intención es buena, pero la premisa es sencillamente FALSA. El fracaso escolar no está relacionado con el nivel económico o de renta de una familia, sino con el nivel cultural y educativo de la misma. Hay familias muy humildes y sin recursos cuyos hijos obtienen notas excelentes y son estudiantes magníficos, y hay familias acomodadas cuyos vástagos se niegan sistemáticamente a estudiar y no poseen la más mínima cultura del esfuerzo.

            Se han escrito ríos y ríos de tinta sobre esto y no merece la pena incidir aquí más en ello, pues se desvía del tema principal de este ensayo: la relación íntima entre el nacionalismo, los intereses económicos y laborales del profesorado y el uso político y partidista de las lenguas.

Las naciones y los Estados no son entidades reales, son conceptos, ideas del imaginario colectivo compartidas y sentidas por una sociedad que se transmiten de generación en generación a través de la familia y sobre todo en las instituciones educativas. Las naciones y los países se construyen en las escuelas, pues allí es donde les enseñan los himnos, las banderas, los símbolos, los valores, la historia y las fronteras. Las naciones pueden ser inventadas, creadas o destruidas con la misma facilidad con la que se hace una película, pues no son más que eso: “narraciones colectivas”, “interpretaciones de los hechos históricos en uno u otro sentido”. No me cabe duda de que los catalanes conseguirán su independencia si continúan construyéndola, porque la realidad no es ajena a nosotros, la realidad es nuestra obra, el producto de nuestros pensamientos y de nuestras acciones que cuando son colectivos tienen una fuerza transformadora arrolladora para bien como es el caso de la construcción europea o para mal como el de la Alemania nazi.

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